
Hace días mientras participaba en un conversatorio en el cual se exponían casos emblemáticos sobre la violencia contra las mujeres a partir de las primeras denuncias del #MeToo, un amigo que se mantuvo en la audiencia como oyente, me hizo la siguiente pregunta en privado:
¿Qué significa empoderar a las mujeres?
A lo que le respondí:
Significa ofrecerles múltiples herramientas para que ellas tengan diversas oportunidades y puedan de esta forma fortalecer sus capacidades. Empoderar puede aplicarse también a determinados sectores o poblaciones, por ejemplo, a los trabajadores y a sus hijos e hijas.
Y si lo referimos al género de las mujeres, el contenido de las políticas públicas sería, desde luego entre muchas otras cosas, dar las mismas oportunidades a las niñas, niños y adolescentes para acceder a los estudios, por ejemplo, o a la libre utilización de lugares públicos, servicios médicos, así como a la información sobre temas sexuales y reproductivos y otras capacitaciones que les puedan permitir su crecimiento personal , el fortalecimiento de su autoestima, su libre comunicación y cualquier otro aspecto vinculado a su personalidad, pero sobre todo el derecho a tener una vida libre de violencias físicas o mentales.
¿No sé si eso responde a tu duda? Le contesté.
La pregunta tenía otra intención por el sentido que había tomado la conversación. Para mí, y esto es una percepción muy personal, hay que tener cuidado con el concepto de empoderar; si significa reconocer y retomar tu poder, está perfecto. Si significa dominación, de hecho, se pueden presentar conflictos. Me parece que, dentro del movimiento feminista, a veces muy radical, esta ha sido siempre una tendencia.
Mi amigo es un hombre de trato amable, considerado y respetuoso. Lo que en la sociedad podría llamarse “todo un caballero”. Siendo mi amigo y conociendo mi visión feminista de la vida, tuvo la confianza de compartir conmigo su opinión, sabiendo además que puedo tolerar un comentario respetuoso, aún cuando pueda estar en claro desacuerdo con él.
Pero su respuesta me dejó un sinsabor al comprobar, una vez más, los prejuicios sobre la eterna batalla que seguimos teniendo las mujeres para que se reconozcan nuestros derechos y oportunidades, cuya defensa es esencial, más aún si se trata de niñas y adolescentes.
El empoderamiento, como lo ha señalado la ONU Mujeres, es una respuesta efectiva a la desigualdad de género, la que trata de lograr que ellas carezcan de acceso a los empleos decentes y adecuadamente remunerados. En nuestro mundo niñas, adolescentes y mujeres son privadas sistemáticamente de su acceso a la educación y a la atención de la salud, entre otros derechos y en esto, los Estados deben tener el liderazgo y la responsabilidad de reducir y anular estas brechas.
Todavía en pleno siglo XXI y en el año 2022 las mujeres siguen devengando menores salarios por su condición de género. Un reporte de la plataforma Bloomberg señala que sólo en Estados Unidos las mujeres ganan en promedio un 83% de lo que perciben los hombres, “en parte porque tienden a tener los trabajos peor pagados”.
Morningstar, un proveedor de análisis y evaluaciones de productos financieros cálculo la brecha salarial de género y alertó al respecto que se necesitarían otras cuatro décadas para que las mujeres alcancen la paridad en la alta dirección, de acuerdo con un reporte sobre los altos ejecutivos de las empresas del S&P 500.
Pero el análisis también muestra que incluso entre los que ganan más, existen brechas de género. Y esto sólo para mencionar un sector específico de la población.
El último informe de desigualdad global publicado por el World Inequality Lab (WIL) es también un recordatorio de la invisibilidad y trato discriminatorio que padecen las mujeres, especialmente en Latinoamérica.
El origen sigue estando en las profundas desigualdades que aumentan significativamente en los países emergentes o en vías de desarrollo.
En Europa, la diferencia en salarios ubica a los hombres con una media de un 14,1 % y un 29,5% más alto en el salario y en las pensiones respectivamente por encima de las mujeres, cuya situación laboral a menudo es más precaria, y es peor incluso en los países menos desarrollados.
Estas continuas diferencias son costosas para los Estados aún dominados por una cultura machista y patriarcal en la cual la mujer vive bajo una marcada marginación. Basta con recordar el llamado que el Banco Mundial ha hecho sobre los costos que representan las brechas de género que existen actualmente, tanto en materia laboral como educativa. Se calcula que, después de la pandemia, podrían costarle a Latinoamérica un 14% de su PIB per cápita en las próximas tres décadas.
Y ni hablar si se trata de violencia. De acuerdo con ONU Mujeres, a nivel global 736 millones de mujeres, alrededor de una de cada tres, ha experimentado alguna vez en su vida violencia física o sexual por parte de una pareja íntima o violencia sexual perpetrada por alguien que no era su pareja (un 30% de las mujeres con 15 años de edad o más).
Los datos excluyen otras formas de violencia como el acoso sexual que puede llegar al 70% de las mujeres. Además, la mayor parte de la violencia contra las mujeres, es perpetrada por sus maridos o por parte de sus exmaridos o parejas. Las cifras indican que más de 640 millones de mujeres de 15 años o más han sido objeto de violencia de pareja (el 26% de las mujeres de 15 años o más).
Y esta es sólo una mirada, muy pequeña de las razones por las que se debe empoderar a niñas, adolescentes y mujeres. Razones que sirven de ejemplo para personas que, como en el caso de mi muy querido amigo, ponen en duda la palabra y sus repercusiones.
Sólo fortaleciendo a las mujeres con iguales oportunidades y en diversos ámbitos de la vida social y educativa, podremos cambiar estas cifras por otras que cuenten sobre sus éxitos y hablen de su crecimiento. Pero dicho lo anterior, todavía hay mucho por hacer; hay que vencer, con base en la integración, la empatía y la solidaridad, los grandes prejuicios machistas que aún padece nuestra sociedad. Nos corresponde como tarea participar en el cambio y más aún, debemos continuar enseñando a los hombres que el empoderar a la mujer es contribuir con el respeto a sus derechos humanos fundamentales, proporcionándoles una vida libre de violencia y sin desigualdades, lo que permita lograr a las niñas y adolescentes llegar a ser en el futuro mujeres adultas con más poder y reconocimiento.
Por María José Martínez @marijoreport / Periodista y directora de Pandemia Invisible
Pandemia Invisible (@pandemiasilente) fue una investigación ganadora del Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter, en la que 36 profesionales, entre ellos periodistas, editores, ilustradores, diseñadores y web máster, documentaron la violencia durante el confinamiento en 21 países durante el inicio de la pandemia.