
Energía pura, Sara Marín no deja de irradiarla cuando conversa, cuando toca la guitarra y más aún, cuando canta. Tiene chispa en la mirada, una pasión indomable por la música y el objetivo claro de lo que quiere hacer para siempre: componer y cantar. El escenario es su lugar feliz, o al menos uno de los principales, ahí sabe que conecta y se siente plena. Se presenta transparente, con el positivismo como mantra. “Siempre hay una posibilidad. Tu actitud es importante a la hora de luchar”, dice.
Nació en Jerez de la Frontera, en la Provincia de Cádiz, España. Comenzó a tocar la guitarra cuando tenía 14 años y en esa época no imaginó que ese sería el primer paso de una carrera que la llevaría al otro lado del mundo. Así que cuando llegó el momento de escoger una carrera, optó por Psicología. Pero el gusanito de la música aún seguía en ella, se unió a una banda de Pop de tres chicos que se llamaba Varianza, en la que estuvo por siete años hasta que se disolvió. Sus compañeros tomaron caminos distintos. Ella confirmó que la música era más que un simple hobbie universitario.
Sara no sabe de barreras y en esa época, menos. Se las ingenió para conectar con una disquera y su primer disco, A mil kilómetros (2014), la llevó a ser la número 1 en Andalucía, al sur de España. Aún se emociona cuando habla de esos días y es, dentro de sus recuerdos del inicio, el que más atesora. Era de esperar que con ese éxito otras disqueras giraran a verla, Warner Music no desaprovechó su talento y con ellos en 2016 lanzó su segundo álbum: Vértigo.
Luego de probar las mieles del éxito, decidió tomarse un tiempo, cambiar de aires y mudarse a Madrid. “De vez en cuando hay que parar”, dice, aunque esa pausa era más bien una época de preparación, de conectar con la capital, estar en contacto con nuevas experiencias, y por supuesto, nuevas historias para componer. “Allí comencé con el acústico y volví a sentirme segura del sonido que quería”.
Una gaditana en tierra azteca
Estando en Madrid, la compositora de Bailar bajo la lluvia soñó con México, sabía que ese era el momento de dar el salto, en su interior algo le conectaba con esa cultura, una corazonada, quizás, y fue por ella. “En México se me abrieron muchísimas puertas. No sé si por las ganas con las que llegué”, explica. Allí conectó con la gente precisa que vibraba en el tono que necesitaba para armar su nuevo trabajo. Le atinó.
Aunque la experiencia de migrar algunas veces no es fácil, se adaptó rápido y quedó fascinada con una cultura que no solo le estaba abriendo las puertas a la internacionalización, sino que le ha dejado un sinfín de experiencias y anécdotas que la han nutrido. Pero, sin duda, lo que más destaca es la conexión con las personas. “Aquí la gente es muy cariñosa, eso me atrae. Me recuerda al sur de mi país. Me hicieron sentir cómoda desde el primer momento. Además, la comida y los colores de México me encantan. Este país me da alegría y me atrapa mucho su energía, acá hay un espíritu entusiasta y una energía fascinante”.
Allí nació su más reciente sencillo: Amores de un rato, que vino acompañado por un videoclip con el que rompió sus propios paradigmas. Una historia que habla de amores fugaces, anécdotas de amigos que se han subido a la ola de la tecnología y las citas por aplicaciones. También le abonó un poco con su propia historia. El video es color, con una Sara que baila con sensualidad y deja ver otra faceta que se ha disfrutado. La respuesta del público fue a su favor, triplicando sus expectativas: medio millón de vistas en Youtube y más de 24 mil oyentes por mes en Spotify.
“Amores de un rato se terminó de grabar a distancia. Por la pandemia me tuve que ir unos meses a Madrid. La canción nace de esas anécdotas y la lanzamos en septiembre. Tuve muy buena acogida del público y en los medios. Me han tratado genial”, agrega. Ahora prepara su nuevo sencillo. Una canción que habla de amor y que espera tenga el recibimiento su último sencillo.
Cuando se quiere, se puede
La carrera de Sara va en ascenso no solo porque tiene clara su vocación, sino porque desde pequeña sus referentes, papá y mamá, le dijeron que no había límites para soñar. Habla de ellos con orgullo, son sus pilares, el puerto seguro al que vuelve siempre para recargar energías.
“Desde pequeñita mis padres me dijeron: puedes hacer lo que tú quieras. Lucha, es válido todo. Cuando les dije: Voy a estudiar psicología, me apoyaron. Cuando les dije: Estoy en una banda de Pop, me apoyaron. En ningún momento me han dejado que me caiga. Gracias a ellos siento que este sueño de ser artista es accesible y posible. Son mis modelos a seguir”.
Conocer a Sara es sentir que conversas con alguien que conoces desde siempre. Es auténtica y disfruta de las cosas sencillas como el olor a tierra mojada y a pan caliente, porque la trasladan a sus raíces. Viaja siempre con Lupita, su guitarra. Le gusta leer a Joe Dispenza, algún autor de Psicología y textos relacionados con la cultura egipcia.
Tiene las manías propias de un músico: siempre sube al escenario con un anillo que atesora y con dos púas (una en cada bolsillo). Conecta con el rojo, tal vez porque ese es el color de la pasión, algo que la define, y cree que el amor es sinónimo de equipo, de personas que se cuidan.
Se denomina feminista y siente que su propósito como mujer es demostrar que cuando se quiere, se puede, porque está consciente de que la industria en la que se desenvuelve hay más hombres que mujeres, que en muchos casos se cosifica a la mujer y que se juzga por las decisiones que ellas toman al mostrarse como desean.
“Yo estoy rompiendo mis propios bloqueos. Cada paso que estoy dando, lo hago porque me gusta. Me estoy arriesgando a hacer cosas distintas y marcar esa línea de que cada una tiene la posibilidad de conquistar lo que desea”, señala. Para Sara el feminismo se traduce en igualdad y no duda en alzar la voz por esa lucha, porque es terca o como ella dice: cabezona. Y su positivismo la lleva a pensar que los cambios a favor de la sociedad son posibles.
@saramarinmusic
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